Siete años sin Chávez

Fabrizio Casari (*)

Hace siete años, en una tarde casi primaveral, la suave brisa de Roma fue interrumpida por un escalofrío repentino. La noticia llegó dura, seca, dolorosa como un golpe en el estómago. El presidente de Venezuela, comandante Hugo Chávez Frías, había muerto. Fue el triste final de una lucha de dos años contra el cáncer y esa esperanza de vida contra el imperialismo estadounidense en América Latina.

Una hostilidad, la del Comandante hacia el imperio, correspondida ardientemente. La lucha de los Estados Unidos contra Chávez no se ha detenido, no se ha ahorrado nada para despojar al presidente venezolano del poder. Pero incluso con el golpe de 2002, como siempre se decidió y organizó en Washington, no podían tener razón sobre la revolución bolivariana.

Más que una vida, la de Chávez fue una gran historia de amor. Tanto Venezuela como toda América Latina fueron seducidos y conquistados por un hombre que sabía cómo llevar a cabo una auténtica revolución que, sin armas, derrocó al gobernar el orden preexistente.

Capaz de comunicarse como nadie con su pueblo, fue un enemigo jurado de la oligarquía venezolana y el defensor más ávido de las razones de un nuevo socialismo, el socialismo del tercer milenio, que dio tanto impulso al pensamiento progresista, precisamente en la fase histórica en la que la izquierda comenzaba a pagar, internacionalmente, el costo de una derrota de época. En la era del pensamiento único, el presidente venezolano pudo ponerse a la vanguardia de la reelaboración de una teoría y práctica política socialista, que se compone de independencia nacional, justicia social e identidad internacionalista.

La chavista no fue historia de insurrecciones armadas como las cubanas y nicaragüenses, no hubo que pagar un precio tan alto por la expulsión de los tiranos al servicio de las oligarquías; pero no por esto la revolución bolivariana tuvo un impacto menor en el destino de Venezuela y los venezolanos. El advenimiento de Hugo Chávez comenzó en 1998, cuando el ex oficial de paracaidistas arrebató a su país del destino de una república petrolera primero en ganancias y último en equidad.

Venezuela era uno de los países más ricos del mundo en el subsuelo y uno de los más pobres en el terreno. Registro de cirugía plástica y muertes evitables por enfermedades típicas del subdesarrollo, Venezuela no era una nación sino un insulto a la decencia. El país estaba gobernado por una élite local dominante en el interior y dominada desde el extranjero.

Los extraordinarios ingresos petroleros se destinaron al inmenso enriquecimiento de la oligarquía local y el precio a pagar fue el de una gran brecha social, que frente a tanta riqueza vio a una sociedad ubicada en el último peldaño de los índices para satisfacer las necesidades primarias. Las clases desfavorecidas, que llegaban a casi el 71% de la población, estaban fuera del juego político, de cualquier forma de representación y, a menudo, precisamente por esta razón, ni siquiera se veían interesadas al ejercicio formal del voto.

Heredero de Simón Bolívar

Pero con la llegada del Comandante, el reloj de arena de la injusticia se puso patas arriba: el analfabetismo, las muertes por pobreza, el hambre progresiva y generalizada, la falta de hogares y la atención médica para los pobres, contaban los meses. La dominación de clase se volvió inconcebible.

Desde su entrada en Miraflores, Venezuela se convirtió en un país diferente; más justo, más humano, literalmente lejos de la guarida de injusticia y apartheid social y étnico que se habían caracterizado por décadas de dictadura militar y democracias falsas (establecidas en Washington y aplicadas en Caracas como en cualquier otro lugar de América Latina).

Chávez, quien nunca cuestionó la legitimidad de la empresa privada, sin embargo, impuso la intervención del Estado en la economía; operando en un contexto de economía de mercado global, hizo pública la propiedad de los inmensos depósitos de hidrocarburos y otros sectores estratégicos, con los que financió las reformas económicas y sociales que redujeron en gran medida las desigualdades. Las reformas económicas y sociales marcharon de la mano con la modernización del país, compuesta por viviendas, hospitales, carreteras, ferrocarriles, puertos, gasoductos y oleoductos para una mejor distribución de la energía.

De hecho, gracias a los extraordinarios ingresos petroleros, Chávez garantizó la redistribución de la riqueza, las inversiones públicas en educación, políticas de vivienda y salud; llevó el empleo a su máximo histórico, reestructuró positivamente el sistema de pensiones y destruyó gran parte del analfabetismo. Hoy en día, los sectores más humildes de la población tienen hogares, atención médica gratuita, educación, transporte y salarios precisamente debido al cambio radical que impuso Chávez.

Las políticas sociales a favor de la mayoria aún hacen de Venezuela un lugar donde se enseña justicia. El heredero de Simón Bolívar, bien podría ser llamado. Estableció una conexión de sentimientos y emociones con su gente y un amor por la mayor parte de su tierra totalmente recíproco.

Paralelo a la revolución en Venezuela, Chávez caracterizó su liderazgo en la dimensión internacional. Con la excepción del narcogobierno colombiano, construyó una red de relaciones positivas con la región que constituyó una buena red de apoyo a las provocaciones imperiales.

Jugó un papel extraordinario en el proceso de integración latinoamericano, enfocándose completamente en el desarrollo de las relaciones sur-sur; impuso la agenda con los Estados Unidos sobre la base del respeto mutuo y, en colaboración con Cuba, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Nicaragua, estimuló un camino de profunda renovación política en toda América Latina que transformó el continente en la cuenca natural del país.

Su extraordinaria relación con Fidel Castro representó, incluso simbólicamente, un pasaje de testigo de la resistencia de una isla orgullosa y rebelde a todo un continente. Hacia el presidente de Nicaragua, el comandante Daniel Ortega, hubo una admiración absoluta y afecto fraterno, lo que se concretó en una intensa relación política y también en un plan de ayuda e intercambios de solidaridad que nunca se imaginó en la historia de los dos países; y también Con Evo Morales y Rafael Correa construyó una importante relación de amistad y solidaridad.

Fue fácil para él de todos modos. Era un hombre de acción y sonrisas, de dedo índice puntiagudo y abrazos sin diplomacia, de apretones de manos vigorosos y una mirada directa en los ojos. Era una fuerza de la naturaleza desatada, dotada de una energía imparable y una empatía extraordinaria. Era capaz de discutir y convencer, no tenía reverencia diplomática al llamar a las personas y las cosas por su nombre y nunca se escondió detrás de las responsabilidades de los demás. Una personalidad desbordante, un carisma raro.

Chávez, de hecho, no se limitó al hacer: las innovaciones teóricas fueron una parte integral de su asunto político, ya que sentó las bases para una actualización política y teórica del pensamiento y la actuación de la izquierda latinoamericana.

Se colocó en la primera fila de una izquierda que solo podía unirse al convertirse en internacional y plural. Hizo todos los esfuerzos para consolidar las relaciones continentales y no escatimó en ayuda y apoyo a los países con menos posibilidades. Siempre fue correspondido por ellos con la voluntad total de luchar en las mismas batallas, perseguir  los mismos objetivos, diseñar un nuevo continente unido, libre del Washington consensus.

El socialismo del tercer milenio amaba definirlo. Un socialismo distinto y distante de las interpretaciones doctrinales y asfixiantes del siglo pasado, que valora e impone la voluntad popular pero respeta las reglas del juego democrático. Reconoce y combate las diferencias de clase, pero no busca el dominio de una clase sobre la sociedad en su conjunto. Busca el bien colectivo sin afectar los derechos individuales.

Garantiza el pluripartidismo aun si reivindica la centralidad de la revolución, pero ni siquiera piensa en reducir el espacio político y electoral para todos. Es un modelo atento a la comunicación política, pero no censura a los medios (casi todos son propiedad de la oposición). Construye y defiende políticas de integración social, expande y fortalece la dimensión del bienestar a la que asigna recursos impresionantes, pero no niega el valor de la iniciativa privada.

Es un modelo teórico muy cercano al Sandinismo, considerado por muchos como (incorrectamente) una doctrina política con exclusiva reverberación local. Al igual que el sandinismo, el chavismo combina democracia y socialismo, la producción de riqueza a través del sistema económico capitalista, pero su distribución de acuerdo con los principios del socialismo.

Fue muy amado e igualmente odiado. De la burla enojada e impotente de Miami surgió el diseño caricatural que Washington y sus aliados propusieron a las plumas alquiladas de los principales medios de comunicación europeos: los insultos y las hostilidades vinieron de todo el mundo occidental. Pero no tuvieron ningún efecto en los venezolanos y en los justos de todas las latitudes. Porque las mentiras, incluso las más venenosas -y casi siempre dichas por las mismas bocas– se hacen la nada cuando la gente de verdad toma la palabra. Allì se restablece la distancia correcta entre zozobra y nobleza, entre entreguismo y Revolución.

(*) Periodista, analista político y director del periódico online www.altrenotizie.org

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