2018-2021: del golpismo al puchismo

di Fabrizio Casari.(*)

Habían anunciado movilizaciones, paros y manifestaciones para celebrar el 19 de abril de 2018, pero todo se concretó en un minúsculo espectáculo frente a las puertas de un hotel del que huyeron con sorprendente rapidez al oír el sonido de un motor encenderse. La crónica habla de la figura aún más ridícula del conejo Maradiaga, que sigue coleccionando ridículo sobre ridículo, hasta el punto de que ahora más que un presidente parece un candidato para el papel de Cantinflas.

Celebrar el aniversario de un intento de golpe de Estado dice mucho sobre quién lo celebra y qué quiere; hacerlo con tal desprecio por el sentido del ridículo indica, en cambio, la verdadera profundidad política que expresa el golpe. Así que es inútil celebrar el comienzo del terror si estás aterrorizado, y también es inútil celebrar el comienzo de la Gran Mentira, porque tres años después, hasta los ciegos han visto y los sordos han oído.

El de 2018 no fue en absoluto un “levantamiento pacífico” porque no fue un levantamiento y no fue pacífico. Fue un intento de golpe de estado deseado por el gobierno de Estados Unidos que fue aplicado por militantes de la derecha, el MRS en primera fila, con la metodología expuesta en el manual de “golpe blando” del ex agente de la CIA Gene Sharp y contó con el apoyo de las jerarquías eclesiásticas, las organizaciones patronales y los partidos de la derecha. Las órdenes venían de Miami a través de la embajada de Estados Unidos en Managua, el dinero de Washington a través de falsas ONG, el odio en cambio venía directamente de las villas del latifundio nacional.

Dentro de la galaxia de la derecha golpista, jugó un papel específico el MRS, el partidito de los ex sandinistas con apellidos oligárquicos, en aquel momento el referente privilegiado de los Estados Unidos en Nicaragua. Sabían mejor que otros exponentes y simpatizantes del FSLN, tenían experiencia conspirativa y militar y un nivel de resentimiento y frustración muy alto que era útil en el campo. Se les encomendó la tarea de propagar el odio y la violencia sin freno.

El apoyo militante de la jerarquía eclesiástica y de algunos sacerdotes, al principio sutil, se convirtió en descarado. Los obispos, mientras fingían neutralidad, bendecían el terror y lo dirigían políticamente, y sobre el terreno eran parte activa de su logística, ocultando armas y botines de los terroristas. Amparados en sus ropajes sagrados para realizar cualquier tipo de abuso, revelaron la identidad ideológica fascista de la Iglesia nicaragüense.

El 2018 fue revelador del sistema de valores de la derecha en Nicaragua, que exhibió en tres meses todo su catálogo criminal y difundió todo el odio que corre por sus venas. Un odio profundo, total, absoluto, contra todo y contra todos: los militantes sandinistas, el personal de las instituciones, la población agredida y amenazada. El vandalismo se expresó con la destrucción de edificios públicos, el asedio a comisarías, la quema de casas e instituciones públicas; los aficionados a la libertad la arrebataron a todos, levantando barricadas para impedir la libre circulación de personas y vehículos y matando por el placer de matar.

La dimensión “pacífica”, además, se puede ver en el resultado final del evento: 253 muertos de los cuales 21 policías, más de 2000 heridos de los cuales 933 policías, 62 militantes sandinistas asesinados. Los daños económicos ascendieron a mil cuatrocientos cincuenta y tres millones de dólares, sin contar con el fin de la tranquilidad absoluta de la que gozaba el país, hasta entonces considerado, junto con Cuba, el más seguro de América Latina.

Asalto terrorista

En buena sustancia, se puede decir que el intento de golpe de Estado de la derecha tomó la forma de un asalto terrorista y ludita, gracias también al enrolamiento en sus filas de sectores delincuenciales que, ansiosos de vengarse de una policía que los había obligado a entrar en las catacumbas, encontraron la cobertura política y mediática para echar el veneno que tenían en cuerpo y alma.

Como es natural en ellos, hicieron alarde del gusto por matar, quemar, destruir, causar dolor y sufrimiento en cualquier lugar y a cualquiera. Mujeres violadas y asesinadas, hombres quemados vivos; tortura de prisioneros, que fueron atados, humillados, burlados, pintados, usilados y en algunos casos asesinados para dar rienda suelta a los matones borrachos de cualquier sustancia.

Fueron definidos por los medios chamorristas como “estudiantes pacíficos”, pero eran maras y acogieron a sus compañeros mexicanos y salvadoreños que habían llegado para ayudarles, porque estaban interesados en encontrar aliados en Nicaragua para las posibles nuevas rutas del narcotráfico, como se les prometió en el caso del derrocamiento de los sandinistas del poder. La soldadura entre los golpistas y los delincuentes comunes estaba aquí: en el odio compartido hacia el gobierno sandinista y la policía; uno quería el terror para ganar una guerra, el otro una guerra para sembrar el terror.

El objetivo era exasperar a la población y obligar al gobierno a rendirse. Un cálculo imbécil, que sobreestimó la fuerza real de unos cientos de bandidos y, peor aún, subestimó la fuerza del sandinismo.

No hubo ningún levantamiento popular. Ningún sector de la población se sumó al golpe. Lo único contra lo que la derecha pensó en rebelarse fue el resultado de las elecciones, es decir, anular la voluntad del pueblo. ¿Por qué? Porque el objetivo era el que siempre habían tenido desde 1979: expulsar al sandinismo del gobierno, expulsar sus ideas y su proyecto de país del circuito político nacional, reducirlo a un icono inofensivo, a una caricatura de un pasado irrepetible, a una identidad remota. Otra consideración imbécil, fruto del odio ideológico y no del razonamiento político.

¿Por qué? Porque en ningún país del mundo un proyecto político, sea del color que sea, exige la desaparición de sus adversarios, más aún si son una parte importante de su población. Se confirma que la raíz criminal se basa a menudo en la idiotez. El golpista nicaragüense pretende ignorar que en Nicaragua hay cientos de miles de sandinistas, muchos de ellos armados y con experiencia militar. ¿Creen que pueden acabar con ellos impunemente? Pensar que podemos acabar con la fuerza política mayoritaria, imaginar a Nicaragua sin el FSLN, es una aspiración sin sentido, destinada a hacer caer de la cama a quienes la sueñan. El único resultado de semejante idiotez es hacer que la militancia sandinista esté dispuesta a luchar hasta el final, sabiendo el destino que les espera en caso de una victoria electoral de la derecha.

El golpismo, después de todo, es un modo de gobierno imperial y no una categoría de pensamiento. Nunca se ha elevado a categoría política. Como salida política para la desestabilización permanente ha sido el instrumento privilegiado de los Estados Unidos en toda América Latina y, en los últimos 20 años, sin abandonar los viejos rituales de los gorilas uniformados, se ha extendido en lo posible con las metodologías típicas de la guerra de cuarta generación. Cuando la judicatura entrenada y formada en Estados Unidos no está disponible para las operaciones de lawfare, los partidos de la oposición no alcanzan los números para derribar gobiernos en el Parlamento y entonces convocar movilizaciones populares con el apoyo de los medios de comunicación oficiales no es suficiente para lograr el objetivo, entonces se mueve sólo en el terreno del enfrentamiento en las calles.

Las crisis se desencadenan por iniciativa del personal sobre el terreno, formado y educado al amparo de supuestas ONG que, como dice el presidente de USAID, hacen “lo que hacía la CIA”. Las sanciones internacionales, el apoyo político y financiero al golpe de Estado, los intentos de corrupción y la infiltración en las altas esferas del sistema, son algunos de los pasos decisivos para desencadenar una crisis política, presentarla internacionalmente como una emergencia humanitaria y, posteriormente, dar el visto bueno a cualquier intervención útil para derrocar el marco político.

Pero Nicaragua ha resultado ser un trago amargo. Con un liderazgo político y militar indiscutible, como el de su presidente, el comandante Daniel Ortega, el Frente Sandinista es, junto con el Partido Comunista de Cuba, el partido más numeroso y mejor organizado del continente americano. Tiene un completo arraigo territorial y una militancia combativa, armada y con experiencia militar de primer orden, además con la deliciosa costumbre de ganar. Todo esto hace que Nicaragua sea un objetivo inalcanzable.

En efecto, 2018 contó con la fuerza desplegada por el FSLN y el arte de gobernar de Daniel Ortega. Es decir, la sabiduría de un estadista que, incluso en los momentos más difíciles, en los que hubiera sido fácil desencadenar el aparato de seguridad, apeló al diálogo reconciliador, porque quien ha visto más que suficiente sangre sabe que no ver más es el primer objetivo a conseguir. De ahí la espera antes de la acción reparadora, con la esperanza de que cualquier conflicto, cualquier asunto, sea llevado al diálogo.

Se intentaron todos los esfuerzos, se dijeron todas las palabras y se consumaron todos los ritos, pero cuando la traición de los empresarios y el doble juego de las jerarquías eclesiásticas impidieron cualquier solución política, entonces se quitó el guante de terciopelo y se reveló la mano de hierro. No tenía otra alternativa Daniel: lo insoportable de la vida cotidiana y lo insoportable de la violencia contra su pueblo le obligaron a cerrar, con rapidez y eficacia, los tres meses sangrientos que habían pasado de la mentira a la cobardía feroz.

Llegó el momento de cambiar las palabras por los hechos. Llegó el momento de mostrar cómo la voluntad de diálogo era un signo de fortaleza y no de debilidad. El sandinismo recibió la orden de salir a limpiar el país de odio, de restablecer el orden aplastado por la furia asesina, de hacer retroceder a las cloacas de las que había surgido la ferocidad contra los indefensos.

Armado de convicción e identidad patriótica, el sandinismo puso el pecho frente a los que se esconden tras las barricadas. A los golpistas les fue fácil torturar y matar a los desarmados, pero cuando el sandinismo fue a sacarlos huyeron de manera indecente, desordenados en su cobardía, ahora sólo feroz en su carrera. De exégetas del terror se convirtieron en expertos de la evasión. Aquí, pues, 2018 también habla de lo irreductible que es el sandinismo, de que nadie puede ni siquiera imaginarse hacerlo retroceder por la fuerza.

Lo que hay que celebrar

De 2018, hay otras cosas que celebrar. Un gobierno que ordena a la policía permanecer en sus comisarías y no responder a los atentados mientras acepta el diálogo sin límites; un ejército que no sale a la calle y permanece en sus cuarteles a las órdenes del poder político legítimamente constituido; una militancia que acepta disciplinadamente esperar a que le salgan las cuentas; una población que, aunque tiene miedo, no se encierra en sus casas, no se deja explotar y continúa su vida. Todos estos son elementos que hay que celebrar, porque muestran lo adulta que es la sociedad nicaragüense y lo madura que es la democracia cuando gobierna el sandinismo.

Hoy, cuando la economía ha experimentado una extraordinaria recuperación y cuando la estabilidad política garantiza el funcionamiento de todos los aspectos de las instituciones del país, miramos hacia atrás no tanto por lo que evoca en términos de inquietud como para analizar lo que una vez fue con el fin de garantizar que no se repita.

Aquel Abril de hace tres años volvió a confirmar la lección histórica de Nicaragua. La derecha empeñada en aterrorizar a la población, el FSLN a liberarla de la tiranía. Porque incluso antes de defender a un gobierno, el sandinismo salió a cerrar las cuentas para cumplir con su tarea primordial: defender al pueblo nicaragüense de cualquiera que lo ataque, para que el país viva en paz y seguridad. Como lo ha hecho siempre y con heroísmo: antes liberando a Nicaragua de Somoza, luego manteniéndola intacta y soberana derrotando a la contra, y así en 2018, cuando les tocó a los cachorros de siempre atacar con sabiduría guerrillera la infamia delincuencial de los nuevos contras, a los que no les dió tregua: por las buenas y por las malas se aseguró la paz y el derecho a prosperar.

El 2018, en fin, confirmó lo que la historia nacional enseña: que la tierra y el pueblo al que pertenece han sido, son y serán defendidos y garantizados por el sandinismo. Con la razón y con la fuerza, si es necesario, se garantizará el ámbito de los derechos sociales y políticos, pero no se permitirá una nueva temporada de golpismo. Como dijo Bertold Brecht, recordando la despiadada expulsión del nazismo, “no se podía ser amable”.

(*) Periodista, Analista Político, Director de Periódico Online www.altrenotizie.org y colaborador de la Revista Visión Sandinista.

Potrebbero interessarti anche...

Lascia un commento

Il tuo indirizzo email non sarà pubblicato. I campi obbligatori sono contrassegnati *