El sueño frustrado de los golpistas

Managua. Por Fabrizio Casari, Consejo de Comunicación y Ciudadanía.

El intento de Golpe de Estado en Nicaragua en 2018 fue un choque total: ideológico, político, social, simbólico incluso, y se expresó mediática y militarmente.

Los principales instigadores de la operación criminal fueron el gobierno de Estados Unidos, decisor político y financiador del golpe, la jerarquía católica, el latifundio, los traidores rencorosos del sandinismo y la derecha. Los papeles se delinearon de inmediato, no hubo nada espontáneo ni improvisado.

Es inútil ahora detenerse en las razones de una operación criminal que interrumpió un clima que, gracias a la generosidad del FSLN, era de diálogo entre los diferentes actores de la sociedad nicaragüense y producía una estabilidad política y social que sirvió de telón de fondo a un importante crecimiento económico.

Para Estados Unidos a veces se aplican opciones coyunturales, otras prevalecen las estratégicas; en el caso de Nicaragua, se aplican ambas. Pero en cualquier caso Estados Unidos decidió que era hora de detener al sandinismo que de elección en elección seguía creciendo mientras la derecha dividida se alimentaba con derrotas. Había que parar al FSLN antes de que se hiciera tan fuerte que ya no se pudiera detener.

Fue una decisión enteramente política, tomada por la agenda imperial que recuerda quien tiene el bastón de mando, quien dispone a su favor la coacción de la obediencia de todos y que otorga desestabilización para los enemigos y apoyo para los amigos.

Las ONG

Por primera vez, el papel de las llamadas ONG –financiadas por diversos organismos estadounidenses– emergió con descarado protagonismo mediático. En lugar de realizar trabajos en subsidiaridad con las organizaciones públicas y comunitarias (que debería ser la tarea de las ONG), durante años se dedicaron a la educación política, a la construcción de la disidencia y a la preparación de sectores sociales e individuos para la confrontación con la autoridad política gobernante.

Las ONG eran una fuerza de oposición agresiva, lobos disfrazados de corderos ante las cancillerías y las cámaras, donde convertían a matones armados en estudiantes pacíficos y culpaban de sus crímenes a una policía que, en cambio, obedeciendo las órdenes del presidente estaba encerrada en sus comisarías. El objetivo era difundir una imagen completamente distorsionada de lo que estaba ocurriendo para predisponer positivamente a la opinión pública internacional.

Junto con la Iglesia Católica, las ONG representaban la cumbre hipócrita y falsa del golpismo, su rostro enmascarado, el uso sucio de su imagen para justificar lo injustificable, así como el captador de financiación internacional que funcionaba sin controles debido a la peculiaridad de su misión.

En Nicaragua las ONG se habían multiplicado: una extraña proliferación precisamente porque la legislación estadounidense, a través de las normas de transparencia administrativa de sus organismos como USAID y muchos más, sólo permite la financiación exterior en ayudas a las ONG, que en América Latina desde hace al menos 15 años han modificado genéticamente su misión en las zonas donde Estados Unidos quiere intervenir desde dentro. Y así vamos con organizaciones sin ánimo de lucro, asociaciones, organizaciones de derechos humanos: las más significativas eran de la familia Chamorro y del antiguo MRS, que recibían así dinero y apoyo político de Miami y Washington.

Los peones

Reclutados en los sectores marginales de una delincuencia puesta de rodillas por el modelo de policía comunitaria y la presencia constante del FSLN en todos los barrios, jugaron un papel activo en la oferta de terror y nihilismo demencial, y se cargaron con odio, cocaína y dólares. Hubo una importante contribución de las bandas narco mexicanas y salvadoreñas, incapaces de penetrar en Nicaragua e interesadas en la caída del gobierno, porque con el sandinismo perdieron una ruta centroamericana vital de hombres y drogas para su negocio del horror.

La exhibición de terror y odio descarado tenía como objetivo sembrar el miedo entre la población en general y el pueblo sandinista en particular. Miedo y odio sin límites no fueron sólo el resultado de dejar el campo libre a la delincuencia: quemar edificios y ambulancias, medios de comunicaciones, sedes de instituciones y domicilios particulares, cometer atentados mortales, violar y quemar vivos a policías, asesinar a dirigentes sandinistas y arrojar sus cadáveres en lugares remotos no eran episodios, no eran excesos atribuibles al descontrol de matones presos del alcohol y la coca, sino un modus operandi decidido en la mesa por la dirección golpista, una estrategia de comunicación diseñada para tener en jaque a todo el país.

Pero tanta furia y odio se derritieron como la nieve al sol cuando el Comandante Daniel Ortega ordenó restablecer el orden. La policía intervino, ayudada por la Policía Voluntaria, columna vertebral del FSLN. Los cachorros de antaño se convirtieron en los gigantes de la actualidad y sacaron lo que había que sacar sin miramientos en cuestión de horas. El golpista cometió el peor de los errores pensando que el sandinismo primero sería sorprendido y luego arrollado por el terror. Invasivos ideológicamente y estúpidos políticamente, fueron derrotados militarmente, humillados políticamente y aislados humanamente en poco tiempo.

Infamia bajo las faldas

La jerarquía eclesiástica jugó el papel de la gestión política. Se propuso como mediadora en el conflicto, una costumbre histórica en Nicaragua. Como en el pasado, se sabía que ciertamente no era neutral, siendo el antisandinismo parte constitutiva de su identidad, y se imaginaba perfectamente que trataría de inclinar la solución política del conflicto hacia el lado derecho de la mesa.

Pero nadie imaginaba que formaba parte de la dirección de la operación golpista y que su pretendido papel de mediador era sólo un intento de desgastar al gobierno en interminables negociaciones mientras fuera se disparaba. Sobre todo, ofreció a los medios internacionales la idea de un conflicto que partía en dos a la sociedad nicaragüense, cuando en realidad se trataba de un complot terrorista de la oligarquía y de la iglesia dirigido y financiado por EEUU.

Precisamente la idea de que se daba una guerra civil desplazó el foco hacia una solución mediadora, pero en realidad se trataba de un asalto armado de las élites contra un gobierno popular legítimamente elegido que debería haber provocado la inmediata repulsa del mundo y el consiguiente apoyo al gobierno legítimo. Ocurrió todo lo contrario: para el imperio, la legalidad constitucional era el problema, no la solución.

El modelo golpista

El intento de Golpe de Estado en Nicaragua tuvo un perfil particular. Entre las diversas intentonas golpistas, en el marco de una estrategia de desestabilización permanente en países considerados hostiles a Estados Unidos (que ha sido la única acción en la agenda de la política exterior estadounidense durante más de 20 años), a diferencia de los golpes intentados en Oriente Medio y Europa del Este, concebidos sobre una base política, los de América Latina han tenido siempre una caracterización de clase, incluso prepolítica. Es la guerra abierta contra los últimos cuando se convierten en sujetos de derecho, cuando pasan a ser clase y dejan de ser peones.

En Nicaragua hubo una guerra de clase condimentada con el odio racial de la oligarquía y el odio político de la extrema derecha contra el empoderamiento de los pobres. Fue el intento más violento y el más apoyado mediática y diplomáticamente por el Occidente colectivo.

La difusión de una falsa narrativa, hecha de manipulación mediática y política, alcanzó un nivel mayor que en otros países donde el golpismo fue también la solución buscada por Washington. Contando la fábula de una insurrección popular (no fue una insurrección y el pueblo no participó), escribiendo una historia de fantasía opuesta a la crónica real, engañó a los progresistas europeos. Estos últimos, presos de la furia occidentalista, aproximativos e ignorantes, faltos de curiosidad y de honestidad intelectual, no se preguntaron por su credibilidad, por cuándo en la historia el latifundio, la iglesia, la derecha y EEUU habían estado alguna vez a favor de la democracia: invirtieron víctimas y verdugos para no molestarse en disentir de la narración filtrada que transformó el antiimperialismo de ayer en el atlantismo de hoy.

La paz, bien supremo

Lo que se presenció en abril de 2018, cuando se intentó no exasperar la confrontación, fue la última muestra de paciencia del sandinismo, y las amnistías que siguieron a la pacificación y reordenamiento del país fueron las últimas manifestaciones de voluntad de perdón, aunque sin el olvido.

Acompañar la garantía de no repetición de los delitos cual condición necesaria para el indulto, fue la última orilla intentada por un gobierno que buscó asegurar la cohesión general a través de la dialéctica política y no de la confrontación armada: porque aunque tenía una fuerza arrolladora siempre colocó a la justicia un escalón por encima de la venganza.

Aquí, como antes y después, se midió el valor absoluto del Comandante Daniel Ortega, un estadista que encarna la mejor y victoriosa historia del sandinismo frente al nihilismo criminal de los hijos del latifundio.

La pacificación también se ha logrado mediante una combinación de normas jurídicas y decisiones políticas; se ha trazado un camino de democracia popular que encuentra sustancia jurídica y política en la doctrina internacional aplicada en todas partes. De hecho, a pesar de los jaculatorias imperiales, la Ley de Agentes Extranjeros, así como otras leyes aprobadas por el parlamento están plenamente dentro del marco jurídico internacional, siendo –si acaso– punitivas por defecto en comparación con la mayoría de leyes similares vigentes en los países occidentales.

Para frenar de una vez por todas los impulsos golpistas –que continuaban con ayuda de EEUU– se decidieron una serie de medidas legales hasta llegar a la decisión de deshacerse para siempre de la escoria oligárquica y sus funcionarios, que se imaginaban dueños de Nicaragua y fueron despachados de Nicaragua. Ahora ni siquiera son dueños de su propio destino. Son ex de todo a identidad variable: ciudadanos del dónde, del tal vez y del cuándo, pero no nicaragüenses.

La subversión de las clases dirigentes se ha convertido en una nueva derrota de época para los enemigos de la paz, que es el tema central en torno al cual se construyen las políticas.

Tiene una importancia estratégica que hace de su defensa una prioridad absoluta, porque son la paz y la serenidad de que goza Nicaragua los motores de su crecimiento político, económico y social, precisamente lo que los golpistas querían enterrar, en su sueño de una Nicaragua nuevamente sometida y provincia del imperio.

En cambio, a pesar de las sanciones y la hostilidad imperiales, Nicaragua es más fuerte y estable que antes. Inútil pensar en perturbar sus sueños. Sandino se ha levantado, reina la alegría, Nicaragua duerme y vive en paz.

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